La Diabla (I)

Mientras caminaba por el valle de la desolación decidió ponerse a bailar, era al fin para ella el paraíso que tanto buscaba, aunque improbable, lo había encontrado.

Empezó a recordar todas la horas que invirtió en lograr cada uno de sus objetivos, escoger la vida, escoger un cuerpo perfecto, escoger amistades especiales y únicas, escoger un hombre que la acompañara tanto en el plano físico como en lo espiritual, asistir a las mejores fiestas y obtener de los demás lo que necesitara sin siquiera pedirlo.

Era inteligente, lista, brillante, solo caía en el exceso de ser demasiado exigente, testaruda, demasiado mujer; decía ella, en mas de una ocasión, ocasiones en las que era confrontada por alguna que otra persona que saliera perjudicada por estar entre ella y sus objetivos.

Después de bailar un rato, dio unos pasos atrás, beso al diablo y obtuvo su trabajo.
Aunque el diablo intento burlarse de ella, demostrarle todo lo banal e inútil de sus esfuerzo, la falta de comprensión de ella de un mundo, mas allá de en el que concentraba todos sus esfuerzos, incluso hasta le recordó que los hombres que tuvo y que pudo poseer no eran en ninguna de sus facetas personas espirituales, que solo los tuvo por placer y lujuria.

Para ella la lujuria no era un pecado, era el método por el cual podía obtener todo cuanto quisiera, aunque su temprana muerte no estaba dentro de sus planes.

Pero eso no le proveía del menor sentimiento de arrepentimiento, solo la infundía una especie de valor sarcástico, con el cual volteo y le vio la cara a diablo para poder espetar con la frialdad que acostumbraba a hablar a sus detractores, —Cuantas mujeres conoces que hayan bailado en el infierno lo suficiente para poder quitarte tu trabajo

Así era ella, así decidió serlo desde algunos años antes, no habría nada que la hiciera menos, nada que no pudiera controlar, nada que evitara que ella fuera “demasiada mujer”, incluso cualquier otra mujer.

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